Anoche cogí
la banqueta de madera y subí sus 2 peldaños, alargué los brazos hasta el
altillo del armario y abracé, de nuevo, mi caja de recuerdos.
Estaba
envuelta en papel de colores, de corazones de cuando era niña.
Quité el
lazo que hace años utilicé para cerrarla, era un lazo de esperanza de una vida
feliz.
Encontré mi
vieja brújula, esa que siempre utilizo para orientar mi vida, he vuelto a
utilizarla, la pongo en la palma de mi mano y la elevo hacia lo más alto que
puedo, miro al cielo y parece que mi vida vuelve a encontrar el camino perdido.
Saqué
también 2 alitas de ángel que me regalaron siendo niña, esas que me sirven para
sobrevolar los problemas cuando no soy capaz de enfrentarlos, intento volar por
encima de ellos, así viéndolos desde arriba, no me parecen tan importantes y
puedo seguir adelante. Incluso he llegado a derrotarlos, a veces.
Volví a
encontrar mi sobre de caramelos de sabores,
A Fresa
como el sabor del amor
A Limón
como el sabor de la decepción
A Menta
como el sabor de la sensatez, esa sensatez que, según mucha gente, debería
utilizar más.
Qué razón
deben tener.
Hoy he
vuelto a recordar también esos sabores.
Encontré
también mi frasquito de colonia, lleno de gotas de paciencia, para echármelas
encima cuando estoy al límite de ella.
Escarbando
en el fondo de la caja encontré mi foto de bebé, que me hace sonreír cuando la
miro, durante unos minutos, y ver una luz de esperanza al final de todo.
Hoy, por un
pequeño instante, he vuelto a recordar aquella inocencia con la que un día
cerré mi caja y a la que aún de vez en cuando vuelvo, cuando estoy algo perdida
y no veo claro el camino.
Luego metí
todo lo que había sacado y volví a cerrarla.
Espero que
pase tiempo hasta que tenga que volver a abrirla...
Hay veces que necesitamos agarrarnos a esa caja que casi siempre mira hacia un tiempo lleno de inocencia y olvido. Cuando aún creíamos en cosas, cuando todavía teníamos algo llamado esperanza. Cuando nuestro color favorito era el más importante y no ese otro que vemos cuando miramos a nuestro alrededor.
ResponderEliminarPero ¿sabes una cosa?, y lo digo yo que siempre ando chapoteando entre alguna luz y los infiernos: siempre hay una ventana a ras de suelo por la que salir al aire limpio. Búscala, porque la hay.
Te cuento un secreto: cuando volví por enésima vez a mi blog pensé en soltar sapos y culebras, poniendo a todo el mundo que me había hecho tanto daño donde merecían. Y así lo hice el principio, hasta que me di cuenta que no me servía de nada: ni el callármelo ni el decirlo. Ahora hablo de otras cosas en ese blog, porque no quiero que lo más importante en mi vida sean "ellos". No lo merecen.
Un abrazo grande grande. Y escribe, de lo que quieras, pero escribe.
Gracias, siempre gracias por tus palabras.
ResponderEliminarYo no valgo para soltar sapos y culebras, ojalá pudiera hacerlo pero me lo guardo y así me pasa, que a veces se me hace bola.
Un beso enorme.